Viajamos durante veintitrés horas por el desierto de Sonora. Al llegar a Mexicali mi madre paró un taxi, le dio la dirección al chofer y éste nos llevó a la traila donde estaba mi papá con aquella otra señora embarazada y mi madre me dijo, llorando, u00a1velo bien, para que no te hagas igual de sinvergüenza que él, vámonos!, y me jaloneó y me trajo de vuelta a Estación Naranjo, llorando todo el camino. Yo, que en su momento me indigné y me dije que no haría lo mismo, resulta que salí mucho peor, porque heme aquí, de comisario en Estación Naranjo, frente a Rigoberto Zamudio, en la cantina Cuatro de Copas, con Elizabeth sentada en mis piernas, a pesar de que soy casado... Así comienza la vertiginosa narración de Nicolás Reyna, un testigo privilegiado de diversos hechos que llevarán a la ruina a su pueblo. En esta ocasión, el autor de la deslumbrante saga Malasuerte en Tijuana nos presenta a La mujer de los hermanos Reyna, una joven cuya voluntad por sacar adelante a sus hijos la lleva a crear alianzas con una familia disfuncional y un desquiciado pastor evangélico. El lector tiene entre sus manos un melodrama policiaco que toma como modelo los culebrones de la televisión, pero que pronto los deja muy atrás para ofrecer algo verdaderamente inusual en el panorama literario: una escritura que no parpadea y que rehúye a las etiquetas. Con esta novela cargada de intriga y deseo, Hilario Peña se confirma como una de las voces más originales de las letras mexicanas.