Concebía la aventura al modo homérico: como drama moral. Al igual que Ulises, sus héroes se ven constantemente abocados a hacer elecciones decisivas, a instalarse lo más dignamente posible en universos precarios y a soñar en una difícil redención que suponga la vuelta a las seguridades de partida, al mundo moral compartido por todos los que pueden considerarse "de los nuestros". Los héroes de Conrad son, quizás, demasiado humanos, y por ello cuentan de antemano con nuestra simpatía. De ahí, también, que difícilmente acabemos de leer historias como la que cuenta Lord Jim (1900) sin sentir que hemos cambiado un poco, que hemos adquirido algunas de las trágicas certezas a las que llega el protagonista.