El progreso como meta última de la existencia humana es una creencia tan difundida que ya casi ni la advertimos. De esta manera, buena parte de la estructura sociopolítica, al menos, en Occidente, gira en torno a esta idea, entendida particularmente como crecimiento económico y desarrollo tecnológico. Sin embargo, en este lúcido ensayo John Gray cuestiona la idea de progreso como uno más de los mitos que estructuran la existencia humana: «Para aquéllos que viven dentro de un mito, éste parece un hecho obvio. El progreso humano es un hecho obvio». Gray argumenta cómo la fe en el progreso no está reñida con una estructura mental religiosa y, de hecho, es un derivado del cristianismo, pues fue Cristo el primer profeta que anunció el fin de los tiempos, con lo que la historia dejó de ser circular y cíclica, para convertirse en una marcha hacia la salvación final. En su reflexión sobre el progreso, Gray no teme a la incorrección política, y de ahí que afirme, por ejemplo, que los ideales del autogobierno a menudo han justificado el odio político que ha culminado en limpiezas étnicas; o que si bien la libertad se enarbola como una de las grandes aspiraciones del hombre, la historia sociopolítica revela que en la práctica sucede lo contrario, y que los hombres renuncian a ella gustosos para pertenecer a movimientos que den sentido a sus vidas. El silencio de los animales explora la actual crisis existencial de la humanidad con una inteligencia y valentía cada vez más difíciles de encontrar en el pensamiento contemporáneo.