Como Basil, el pintor de esta novela, Oscar Wilde es un perfecto retratista. En sus letras, se refleja la bella apariencia de la sociedad victoriana que enmascara sus pasiones más perversas. Su mérito, sin embargo, no consiste en ofrecernos una radiografía de la sociedad de su tiempo, sino en encararnos con los rincones más oscuros del alma humana, aquellos en los que se anidan los deseos cuya satisfacción supone nuestro aniquilamiento. De esos rincones surge el personaje de Dorian Grey, un hombre que desea la imperturbabilidad de la belleza y una vida que se desenvuelva en un presente eterno. Héctor Falcón, artista responsable de la representación visual de esta novela, reconoce en ese personaje deseante, de hambre creciente, la figura de un vampiro. Liberado de la amenaza del tiempo y su degradación, Dorian Gray se con vierte en un auténtico depredador. Con una intencionada monocromía, la oscuridad de las obras de Falcón subraya la oscuridad interna de Gray. A partir de elementos mínimos (tinta sobre papel), despojados de todo recurso decorativo, las ilustraciones dirigen la atención hacia los escenarios de la acción, presentados bajo un encuadre cinematográfico y una clara influencia del comic. Con ello, el objetivo de Falcón ha sido alejarse de las representaciones convencionales de Dorian Gray e insertar sus propias referencias. Un ojo atento podrá reconocer, entonces, alusiones a la Ofelia de Millais, Las Señoritas de Avignon de Picasso, un comic del guasón o un disco de The Cure, entre otros. Ese trabajo detrás de cada imagen es un compromiso del artista con la profunda admiración que profesa por Wilde.n
