Alejandro de Macedonia mostró desde un inicio la majestuosidad que sólo la influencia de los dioses otorga a los elegidos.
Hijo de Filipo II y de la desmesurada Olimpia, Alexandro Magno exhibió desde pequeño un carácter impetuoso. Discípulo de Aristóteles y admirador de Aquiles, la amalgama de influencias que en él confluyeron hicieron que en 32 años de una breve pero poderosa existencia lograra vencer y dominar al ilimitado Imperio persa, fundara ciudades por toda Asia, y que tanto Oriente como Occidente fueran testigos de sus proezas inauditas. Sus conquistas no se ciñeron sólo a lo material, en él todo fue excesivo: la pasión, la fortuna, el azar, el destino, la razón y la superstición. Sus hechos pertenecen al mundo del mito, a la historia y a la literatura, haciendo de él uno de los personajes más extraordinarios de la Antigüedad.
«Héroe fue Alejandro, tal vez el último con emoción homérica, apetito de hazañas monumentales y sentido trágico; un gobernante también legendario, porque sus proezas multiplicaron motivos para que nunca dejara de ser personaje ni el tiempo olvidara los episodios que prueban que, sin literatura ni profecías del pasado, la historia quedaría reducida al más aburrido registro de fechas y testimo