En los primeros años del siglo XIX, Nueva España y Estados Unidos de América eran comparables en territorio y población, pero al independizarse la primera las asimetrías empezaron a hacerse evidentes. Mientras el México independiente se debatía en incontables conflictos políticos internos, Estados Unidos consolidó su dinamismo y sacó provecho de la nueva relación de fuerzas en el ámbito internacional. La pérdida de una gran parte de nuestro territorio durante la guerra de 1847 fue resultado de las desventajas políticas, económicas, militares y financieras de México frente a Estados Unidos, en plena expansión continental. Esta situación agudizó la crisis de la formación de nuestra conciencia nacional, preocupación tanto de liberales como de conservadores, no obstante las diferencias políticas, administrativas e ideológicas que los dividían. En el curso de los años, la Revolución mexicana puso en varios momentos la relación mexicano-norteamericana al borde de un nuevo conflicto, aunque posteriormente retornó la concordia entre ambos países con el fin del ciclo revolucionario mexicano y la mutua cooperación en los años de la segunda Guerra Mundial. En el periodo comprendido entre 1971 y 2000, la política exterior de México se caracterizó por un mayor activismo en el plano internacional, en busca de una diversificación de sus relaciones internacionales políticas y económicas, extraordinariamente concentradas en su intercambio con Estados Unidos. Este pasado reciente muestra que, si bien es posible la convivencia entre países de poder y tradiciones tan disímiles, es necesario asumir y manejar la existencia de desacuerdos e incompatibilidades en la amplia gama de asuntos que conforman sus relaciones e intercambios en la actualidad.