A un siglo de que José Juan Tablada introdujera el haikú en la poesía hispanoamericana, Guillermo Romero irrumpe como haijin dentro de esta tradición, caracterizada por su brevedad y sencillez, ciñéndose a la métrica de la forma cerrada que signara Octavio Paz en Sendas de Oku y saludando a sus lectores con felices asociaciones que se potencian en imágenes carga das de sentido. No desdeña la narratividad en la representación de lo cotidiano. Tampoco cierto sentido de teatralidad, cuidando siempre con esmero la selección del kigo que arraiga el símbolo fundamental para cada estación. En sus poemas, Romero expresa su interioridad con una sincera emoción en la contemplación del aquí y del ahora, como el despertar de hombre y naturaleza reveladores de una sutil mirada filosófica. Así como en las transformaciones del instante mientras la amada duerme. O siguiendo la sensación de lo efímero en el viaje de las nubes y de la pareja misma abriendo paso a nuevas experiencias. La melancolía y la búsqueda espiritual con un estilo propio se complementan con ex clamaciones que refuerzan el estallido de la fuerza vital de un yo que se atreve a evidenciar un sentimiento amoroso apoyado por elementos provenientes de la pintura clásica japonesa. Su descripción de límites que se borran vislumbra un autoconocimiento entre la fijeza y el movimiento de lo permanente, lo mudable y lo eterno. Haber visto y olvidado, recordar? muestran la delicadeza del hombre frente al infinito donde el silencio de los amantes y el paisaje se funden.
Víctor Soto Ferrel.
