En el ámbito público, la gestión de principios de actuación como rendición de cuentas, transparencia, capacidad de respuesta, responsabilidad y calidad son consecuencia de un comportamiento ético, responsable y congruente, que favorece la confianza y credibilidad de la ciudadanía en las acciones y resultados de los servidores públicos. Ante el cúmulo de problemas que orientan la desigualdad, la ciudadanía ha puesto un alto al tiempo de ilusiones y esperanzas en el vacío. La política, y por ende sus actores principales, han perdido en su desempeño el beneficio de la duda y los resultados parecen aletargarse en perjuicio de quienes más los necesitan. En la toma de decisiones, el político debe considerar, además del acervo de experiencias y conocimiento propios, aquellos acontecimientos que definen la problemática, las condiciones en que se encuentra la sociedad y, sin dudarlo, el apoyo de instituciones y personas para concretarlo. Pero hay algo más que resguarda al conjunto de las decisiones y consecuencias: el buen juicio. Quien asume la responsabilidad de dedicar su vida a la política sabe que la experiencia cuenta mucho más en el error que en la gloria, en la adversidad que en el festejo fatuo. Es necesario que el conocimiento volcado en la ciencia política se traduzca en entendimiento de gestos y acontecimientos cotidianos que incidan en el ejercicio del poder. Quien pretenda dedicarse profesionalmente a ella debe actuar teniéndolo siempre en cuenta, porque si el errar es humano, con estas herramientas a la mano, rectificar (y alcanzar los objetivos colectivos) es política.