Hay cinco fuentes de financiamiento para la cultura: el sacrificio personal, la familia, los mecenas, el Estado y el mercado. Todas tienen consecuencias felices o lamentables, que el autor señala en general y en numerosos casos concretos, de manera crítica y también proponiendo soluciones. Lo mejor es que todas convivan en la animación y dispersión de imprentas, librerías, editoriales, revistas, cafés, tertulias, salones, academias; teatros, grupos de músicos, cantantes y danzantes; galerías, talleres de arquitectos, pintores, escultores y orfebres; microempresas de discos, radio, cine y televisión; páginas web. Las influencias dominantes del siglo XX (Marx, Freud, Einstein, Picasso, Stravinsky, Chaplin, Le Corbusier) nacieron de la libertad creadora de personas que trabajaban por su cuenta (en su casa, su consultorio, su estudio, su taller). Influyeron por la importancia de su obra, no por su posición como profesores, investigadores, clérigos, funcionarios o ejecutivos. La cultura libre (anárquica, fragmentada, diversa y dispersa) no parece una institución, pero lo es. Desde el Renacimiento, su animación ha sido el centro sin centro de la cultura moderna. Merece público, aplausos y dinero.