La tragedia, siempre latente, se destila con parsimonia, como un veneno, esperando el momento para desencadenarse. Amores truncos, traiciones, enfermedades, adicciones se entretejen y atrapan a los personajes, que quedan prisioneros tanto en espacios cerrados como abiertos. Porque más allá del escenario (la cama matrimonial, la tumba o la selva misionera), lo que queda claro es que no hay escapatoria.